El portero y toda vieja del segundo

Editorial sobre la relación del portero con la vieja del segundo piso.
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El sujeto post moderno afirma: “En la vida del astronauta no hay nada más raro que la proximidad química entre el portero y la vieja del segundo”. Así nomás, acostumbrados a éste tipo de revelaciones nos encomendamos al Dr. Baltazar de las Quimeras para que nos explique el componente “raro” en la citada sentencia. “Entiéndase evidente el roce desmedido entre el encargado y la vieja”. Entonces, una vez confirmadas las sospechas veamos qué estereotipos esconden dichos personajes.

En la puerta del edificio, asomando medio cuerpo, con las manos atrás, acecha el portero. Parece siempre mirar al frente, pero en verdad relojea cuanto ser vivo camina dentro de su espacio vital (a saber: vereda, hall, palier e incinerador). Comprobamos que posee una memoria excepcional, capaz de recordar detalles que uno mismo olvida por insignificantes. Por otro lado, la vieja del segundo, que a esta altura merece que la llamemos Elvira, viste pollera larga y saquito de lana con los botones sin abrochar. Tiene algunos kilos de más, los acostumbrados para una señora de 60 años. Se distingue del resto en su capacidad de indignación, además por saludar a todos los que pasan y, cinco segundos después, comentar aspectos de lo más triviales, seguidos de sentencias políticamente incorrectas.



El sujeto post moderno advierte: “La manguera, en su incesante devenir, convierte a cada baldosa en un mar de posibilidades”. Y tal es así, que las conversaciones registradas entre el portero y toda vieja del segundo resultan síntesis confiables de la conciencia de clase desvariada. Pero si investigamos el discurso utilizado por los estereotipos mencionados, encontramos palabras con más de una acepción reiteradas veces. Tal vez, un análisis del término más utilizado nos ayude a comprenderlos y propiciar una mejor comunicación con ellos, tal es el sentido de ésta editorial.

El concepto que brilla en todas las series de juicios, declaraciones, alegatos y chusmeríos que pronuncian el portero y la vieja, es normalidad. Vale decir, se autoproclaman abanderados de la normalidad y todas sus adyacencias. Es igual recriminar un raro peinado nuevo, la infidelidad de la del quinto (que adivinamos en su vestimenta), la escasa disciplina ejercida sobre los infantes del tercero, etc. En todos los casos observamos una desviación inquietante de la normalidad, aceptada ésta como única certeza capaz de sostenernos con los pies en la tierra sin vagar inertes por el universo. A decir verdad, su discurso no es conservador de las buenas costumbres, ya que éstas deberían haber existido en algún momento; se trata aquí de comprender una vanguardia iluminada y civilizadora.

Por fin sabemos que ninguno de ellos re-presenta al poder establecido, más bien hablamos de individuos atrapados por una utopía. Elvira y el portero nos demuestran, una vez más, cómo el enceguecimiento ideológico de las vanguardias puede ser malinterpretado por la corriente de los mortales.